domingo, 21 de octubre de 2012

EL EROTISMO EN LA LITERATURA


Llevo observando con satisfacción el auge que está teniendo en los últimos meses el erotismo en la literatura. Y digo satisfacción, porque creo que de un tiempo a esta parte se había impuesto cierta mojigatería que desterraba a las catacumbas de la segunda o tercera categoría todo libro que contuviera más amor o más erotismo del que se consideraba conveniente. Como si una novela no pudiera ser seria si hablaba de amores y se recreaba describiendo lo que hacen sus personajes cuando al fin pueden saborearse el uno al otro.

Nunca he sido especialmente asidua al género erótico puro, aunque tampoco hago ascos a una buena historia de las que aumentan la temperatura corporal, siempre que lo que narre no esté traído por los pelos (um, ¡qué símil tan apropiado!), que esté bien estructurada y haya sido bien escrita. Y los que han leído mis novelas saben bien que no tengo problemas a la hora de arremangarme y relatar sin tapujos lo que hacen los protagonistas cuando pasan a mayores. Porque si hay novelas en las que nos cuentan con minuciosidad un asesinato, o nos describen en detalle el aspecto putrefacto de un cadáver, o hablan de los efectos de la guerra o de una enfermedad devastadora (todo muy válido, siempre que esté bien contado), ¿por qué no se puede hablar del amor, o simplemente del placer carnal, sin que esa novela pase a ser desterrada del edén de la literatura y considerada automáticamente de inferior categoría?

Llegados a este punto, habrá quien se pregunte el por qué de semejante disertación en una mañana de domingo. Bueno, pues viene a cuento del descubrimiento que hice el otro día pesquisando en la biblioteca. Una joyita de libro erótico llamado Placer de amor, escrito por una dama llamada Anne-Marie Villefranche, presumiblemente hacia los años veinte del siglo pasado. Un conjunto de cuentos eróticos (pero que muy eróticos, diría yo) cuyo nexo de unión son los personajes, relacionados entre sí por lazos de amistad o de parentesco. Y estos personajes, todos pertenecientes a alta sociedad parisina de los años veinte, lo hacen de mil y una maneras en sitios tan glamourosos como mansiones de lujo, un transatlántico (en primera clase, of course), un tren hacia Estambul… Todo eso se describe con profusión de detalles, en cuentos muy bien estructurados, escritos con un estilo impecable y en los que suele haber alguna sorpresita final, de las que dejan al lector boquiabierto o con una sonrisilla en la boca. Una delicia.

En el prólogo del libro, escrito por la nieta de la autora y descubridora de los manuscritos, se nos cuenta que madame Villefranche, educada en el seno de una buena familia, enviudó jovencísima de su primer esposo, capitán del ejército francés caído muy poco antes de acabar la Primera Guerra Mundial. Se volvió a casar al cabo de unos años con el agregado de la embajada de Gran Bretaña en París, junto al que llevó una vida acomodada y muy viajera. Después de la muerte de la dama, acaecida en 1980, una de sus nietas (la que decidió publicar este escrito) recibió en herencia una buena suma de dinero, una pulsera de oro y un anticuado baúl cerrado a cal y canto, cuya llave venía dentro de un sobre acompañado de una carta, en la que la abuela le explicaba que ahí se hallaba su diario íntimo y que se lo legaba a ella por ser la única nieta que hablaba correctamente francés. Imagino la cara que se le quedaría a la “petite fille” cuando empezara a leer los escritos de su venerable “grand-mère”.

No sé si en las librerías tendrán alguna edición reciente de este libro. La que saqué de la biblioteca es de 1988. En cualquier caso, seguro que en más de una biblioteca dispondrán de algún ejemplar prestable de este “Placer de amor” de Anne-Marie Villefranche. Merece la pena echarle un vistazo y deleitarse con el erotismo nacido de la mente de una dama de la alta sociedad allá por los años veinte. Para mí este libro ha sido una sorpresa deliciosa y la prueba de que en literatura todo está inventado y escrito desde hace mucho tiempo.