lunes, 23 de julio de 2012

ESOS PERSONAJES QUE BAILAN AL SON DE SU PROPIA MÚSICA


Hay en la vida afirmaciones que a fuerza de escucharlas una y otra vez acaban sonando a tópico y terminamos por no creérnoslas, o por no tomárnoslas en serio. Hasta que vivimos en carne propia lo que tantas veces nos han dicho y nos damos cuenta de que no son cuentos chinos, sino la pura verdad. Como cuando de adolescente tenía peloteras con mi padre por causas que me parecían absurdas y él me advertía, impertérrito, que ya le comprendería cuando tuviera hijos. Y resultó que no solo entendí muchas cosas cuando fui madre, es que también llegué a decirle alguna vez a mi hijo eso de: “Ya lo entenderás cuando seas padre”.

También en esto de la escritura tomé por tópicos asuntos que a la hora de la verdad, resultó que no lo eran en absoluto. Hace tiempo, cuando leía entrevistas a mis autores favoritos y ellos (o ellas) afirmaban que sus personajes se habían ido alejando de lo que inicialmente habían pensado para ellos y habían acabado tomando su propio camino, me costaba creerles. Y pensaba: ¿cómo van a adquirir vida propia los seres ficticios que un novelista se inventa y controla? ¿Cómo no es capaz un autor de vigilar a sus propias creaciones? Pero, al igual que con otras cosas de la vida, llegó el momento en que no solo empecé a entender eso de los personajes que adquieren vida propia, sino que un buen día, también me ocurrió a mí... y me sigue ocurriendo.

Desde mi primera novela, ha habido personajes que iban para buenos y acabaron siendo seres puñeteros, comidos por las contradicciones y en ocasiones, incluso francamente bordes. Ha habido otros a los que les correspondía ser los antipáticos, o los “malos”, y algunas veces no lo eran tanto, o llegaban a sorprender con algún destello de humanidad. Y ha habido personajes nacidos con una finalidad claramente utilitaria, de puro relleno, porque me hacían falta para darle un giro a la historia, que acabaron comiéndose con patatas a los protagonistas en algunas escenas. Igual que aquellos magníficos actores secundarios de Hollywood que llegaban a robar planos a las estrellas.

También en mi nuevo libro los personajes han buscado muchas veces su propio camino, alejándose del que yo les había trazado en un principio. Y así, hay seres con alma de buenos que sucumben a accesos de crueldad, villanos deseosos de amar, secundarios que brillan con luz propia. Y yo, como sé que siempre acaban regresando, cual hijos pródigos, a la ruta que tenía pensada para ellos, les he permitido salirse del guión y vivir su propia vida por unos instantes, como Jeff Daniels cuando se escapa de la pantalla en La rosa púrpura del Cairo porque se ha enamorado de una espectadora. Y es que cuando los personajes bailan al son de la música que ellos mismos han elegido, pueden llegar a antojársenos más reales que las personas de carne y hueso que nos rodean. Y ahí está la magia de la literatura.