martes, 20 de noviembre de 2012

TIEMPO DE ESPERA, DE ILUSION Y DE... UÑAS

¿Qué hace una escritora mientras espera a que salga su nueva novela? Pues, sobre todo, comerse las uñas de pura impaciencia. Y aparte de eso... comerse las uñas que le van quedando. Aunque, obviamente, no solo de roerse los dedos vive una servidora en estos momentos. También se dedica a documentarse a fondo para dar forma a su próxima novela. Esa historia que bulle en la cabeza y ya está deseando salir. En otra entrada hablaré largo y tendido sobre lo apasionante que puede llegar a ser el proceso de documentación.

En cierto modo, la cuenta atrás antes de la publicación de un nuevo libro se parece a un embarazo. En lugar de ecografías, vemos la portada que nos envía la editorial para nuestro libro y babeamos tan a gusto admirando las facciones de la que, al cabo de unos meses, será nuestra criatura. Y, al igual que hace una embarazada, nos preguntamos mil veces al día si el fruto de nuestro esfuerzo nacerá bien o vendrá de nalgas; si el parto derivará en complicaciones que puedan afectar a la salud de la criaturita que tantos desvelos y tantas horas de trabajo nos ha costado, la que con tanta ilusión hemos nutrido en nuestro vientre-ordenador; si esa criatura nuestra crecerá sana y robusta para hacer frente a las dificultades que siempre han acechado a los libros y ahora se han multiplicado por mil a causa de la crisis. Y nos gustaría poder tener una bola de cristal para preguntarle si quienes leerán nuestro libro en el futuro se lo pasarán tan bien como nos lo pasamos nosotros escribiéndolo; si sufrirán en los mismos trances que nosotros; si odiarán al mismo personaje que nosotros; si les conmoverán las mismas situaciones que a veces nos arrancaban alguna lagrimita en la soledad de nuestro estudio. Pero, como ocurre en un embarazo, hay que aguardar hasta el alumbramiento para conocer las respuestas a esas incógnitas. Y mientras dura la espera, conviene disfrutar cada segundo de este tiempo de ilusión, porque es único e irrepetible.

Cuando las mujeres damos a luz, en medio de la alegría muchas solemos ser conscientes, de golpe y porrazo, de que echamos de menos llevar dentro a nuestro hijo, porque cada día que pase le aproximará más a la independencia y le alejará de nosotras. Creo que con los libros ocurre lo mismo. En el instante en que salen a la calle, dejan de ser solo nuestros y les pertenecen a quienes los leen. Y que los lectores se apropien de nuestra historia y nuestros personajes es algo maravilloso y emocionante, pero también da una pizca de pena, porque nuestra novela se ha independizado y empieza a vivir por su cuenta. Y ya se sabe que a las madres nos cuesta dejar volar a nuestros hijos, incluidos los de papel.