sábado, 28 de septiembre de 2013

PROMO DE "EL SUEÑO DE LAS ANTILLAS"

Un breve recorrido fotográfico por la promoción de El sueño de las Antillas:
Ante el escaparate de Librería París
Día del Libro en Zaragoza, junto a José Luis Corral



















En El Corte Inglés de Barcelona
En El Corte Inglés de Valencia




Edición argentina en una librería de La Plata
Presentación en Zaragoza
En Librería Tintas de Bilbao
Con Anika Lillo de Anika Entre Libros, en Valencia


martes, 24 de septiembre de 2013

BLOGS NOMINADOS AL PREMIO LIEBSTER AWARD

Estos son los blogs que nomino al Premio Liebster Award:

Cincuenta Years - Un blog para swofties
La Oveja Feroz
Leolo (Teresa Sopeña)
Aragonliterario
Concha Huerta
Desde el Silencio
Desdeldesván
La Casa de Zitas
El Tintero de Isabel
El Blog de José T.
La Perra de Kenia

En cuanto a las 11 preguntas para estos blogs, las que me hicieron Ana y Anabel de Aventarte son tan buenas que me permito tomarlas prestadas:

1- ¿Qué te decidió a abrir un blog?
2- ¿Cuál es su temática?
3- ¿Con qué frecuencia lo actualizas?
4- ¿Te costó ponerle nombre?
5- Cuando visitas un blog ¿qué es lo que más valoras?
6- ¿Qué tipo de blogs son los que sigues?
7- ¿Te ha sucedido alguna anécdota relacionada con el blog?
8- ¿Por qué recomendarías visitar tu blog?
9- ¿Qué aspectos positivos resaltarías de tener un blog?
10- ¿Y negativos?
11- ¿Algún consejo para los que estén pensando en abrir uno?


miércoles, 18 de septiembre de 2013

PREMIO LIEBSTER AWARD

Mis amigas Ana y Anabel, del estupendo blog Aventarte, han nominado a esta mi casa al premio LIEBSTER AWARD. Se trata de un premio entre blogs para ayudar a la difusión de estos. Estoy very very contenta. Los nominados, si aceptan el premio, tienen que seguir la cadena y cumplir los siguientes requisitos:
  1. Nombrar y agradecer el premio a la persona o blog que te lo concedió.
  2. Responder a las 11 preguntas que te hayan formulado.
  3. Conceder el premio a 11 blogs.
  4. Formular 11 preguntas para que respondan los blogueros a los que premias.
  5. Visitar los blogs que han sido premiados junto con el tuyo.
  6. Informar a los blogueros de su premio.

Por hoy, voy a responder a las preguntas y en la próxima entrada publicaré mi lista de blogs. Allá van las respuestas:

1- ¿Qué te decidió a abrir un blog?
Primero abrí un blog dedicado a mi novela anterior, DÍAS DE MENTA Y CANELA. Allí empecé colgando reseñas, fotografías e información sobre el libro, pero con el tiempo, el blog fue creciendo y acabé hablando de muchas más cosas. Por eso decidí abrir este, en el que doy cabida a todo tipo de reflexiones.

2- ¿Cuál es su temática?
En este blog cabe un poco de todo. No está dedicado a ninguna temática concreta.
3- ¿Con qué frecuencia lo actualizas?
Reconozco que últimamente estoy algo vaga (también alego en mi descargo que la promoción de mi nueva novela me ha dejado poco tiempo) y no lo actualizo tanto como debería.
4- ¿Te costó ponerle nombre?
La verdad es que, como podéis ver, me compliqué poco la vida. 
5- Cuando visitas un blog ¿qué es lo que más valoras?
Que hable de temas interesantes y que las entradas estén bien redactadas.
6- ¿Qué tipo de blogs son los que sigues?
Sobre todo los que tratan de temas literarios.
7- ¿Te ha sucedido alguna anécdota relacionada con el blog?
No recuerdo ahora ninguna anécdota sabrosa relacionada con este blog.
8- ¿Por qué recomendarías visitar tu blog?
Al margen de que lo he tenido algo descuidado durante los meses de promoción de EL SUEÑO DE LAS ANTILLAS, quien esté interesado en saber cómo se gesta un libro, podría hallar alguna entrada interesante (I hope so).
9- ¿Qué aspectos positivos resaltarías de tener un blog?
Es un buen vehículo para expresar inquietudes, sentimientos, reflexiones... en fin, todo lo que se nos puede ocurrir.
10- ¿Y negativos?
El único aspecto negativo que le veo es que llevar un blog consume mucho tiempo, algo que no tenemos siempre.
11- ¿Algún consejo para los que estén pensando en abrir uno?
Ay, soy muy mala dando consejos. Solo les diría que si desean abrir un blog, se lancen en picado porque es una experiencia muy bonita.

COLUMNA DEL DOMINGO, 28 DE AGOSTO, EN VERANO HERALDO

Foto: Os dejo mi última columna de este verano, que salió en Heraldo de Aragón el domingo pasado.

COLUMNA DEL 21 DE AGOSTO EN VERANO HERALDO


Foto: Os dejo mi columna del miércoles pasado en Verano Heraldo:

El cine en verano

La primera vez que me llevaron a un cine de verano, vivíamos en Alemania y pasábamos el mes de agosto en Valencia. Recuperando la terreta, como tantos emigrantes. Eran días de calor. De playa y merendero. De noches tibias tomando helado de turrón en la terraza de La Jijonenca. Un sol dorado y húmedo bañaba las calles, cuyo ajetreo mediterráneo cesaba a la hora de la siesta y hacía de Valencia una ciudad fantasma. 
Para alguien llegado del frío, ver una película al aire libre sin chaqueta fue una revelación. Una experiencia religiosa, como cantaba antaño un jovencito que ya ha dejado de serlo. En la pantalla, el Nautilus del capitán Nemo surcaba océanos en tecnicolor, atravesaba bancos de peces de ojos saltones y esquivaba peligros surgidos de las profundidades, incluido un calamar gigante empeñado en merendarse el submarino. Un desabrido James Mason intentaba someter a Kirk Douglas, rebelde y atlético en su camiseta a rayas de marino dicharachero. La noche olía a Mediterráneo, a las acequias de las huertas cercanas, tal vez a jazmín, mientras los niños devorábamos un bocadillo casero y después, con suerte, nos compraban un polo de hielo o un refresco.
Ahora, ir al cine en verano es viajar a la Antártida. La gente tirita de frío comiendo barreños de palomitas regados con latas de Coca Cola y vuelve al calor de la calle convertida en pingüino. Los más frioleros, en palitos de merluza del Capitán Iglo, listos para descongelar. Es entonces cuando evoco la noche en la que surqué el océano a bordo del Nautilus, escapé de calamares gigantes y erupciones volcánicas, admiré a Kirk Douglas y saboreé el lujo de una bolsa de kikos que saqué a mis padres. Porque hay recuerdos que no congela ni el aire acondicionado más potente.

EL CINE EN VERANO

La primera vez que me llevaron a un cine de verano, vivíamos en Alemania y pasábamos el mes de agosto en Valencia. Recuperando la terreta, como tantos emigrantes. Eran días de calor. De playa y merendero. De noches tibias tomando helado de turrón en la terraza de La Jijonenca. Un sol dorado y húmedo bañaba las calles, cuyo ajetreo mediterráneo cesaba a la hora de la siesta y hacía de Valencia una ciudad fantasma.


Para alguien llegado del frío, ver una película al aire libre sin chaqueta fue una revelación. Una experiencia religiosa, como cantaba antaño un jovencito que ya ha dejado de serlo. En la pantalla, el Nautilus del capitán Nemo surcaba océanos en tecnicolor, atravesaba bancos de peces de ojos saltones y esquivaba peligros surgidos de las profundidades, incluido un calamar gigante empeñado en merendarse el submarino. Un desabrido James Mason intentaba someter a Kirk Douglas, rebelde y atlético en su camiseta a rayas de marino dicharachero. La noche olía a Mediterráneo, a las acequias de las huertas cercanas, tal vez a jazmín, mientras los niños devorábamos un bocadillo casero y después, con suerte, nos compraban un polo de hielo o un refresco.


Ahora, ir al cine en verano es viajar a la Antártida. La gente tirita de frío comiendo barreños de palomitas regados con latas de Coca Cola y vuelve al calor de la calle convertida en pingüino. Los más frioleros, en palitos de merluza del Capitán Iglo, listos para descongelar.Es entonces cuando evoco la noche en la que surqué el océano a bordo del Nautilus, escapé de calamares gigantes y erupciones volcánicas, admiré a Kirk Douglas y saboreé el lujo de una bolsa de kikos que saqué a mis padres. Porque hay recuerdos que no congela ni el aire acondicionado más potente.

COLUMNA DEL 12 DE AGOSTO EN VERANO HERALDO

Foto: Os dejo mi columna en Verano Heraldo, que esta semana ha salido en lunes:

EL SOMBRILLERO
Ya nos hemos plantado en mitad de agosto. Tiempo de vacaciones para los que pueden permitírselas, de calor intenso y siestas descomunales. De horas que se arrastran como serpientes holgazanas. Pese a la crisis, las calles de la ciudad se han ido vaciando. Las pocas tiendas que siguen abiertas aún no han quitado los carteles de las rebajas, poco lucidoras este año, según dicen. Los comerciantes vegetan tras el toldo extendido y con la puerta abierta para evitar encender el aire acondicionado, que la factura de la luz irrumpe cada mes cual personaje de Clint Eastwood: sin perdón.
Pero aún quedan valores inmunes a la crisis. Solo hay que darse una vuelta por nuestras playas para comprobar que las especies autóctonas del verano vuelven cada año con renovado vigor. Pueden cambiar las ropas, el tamaño de los bañadores y la forma de las colchonetas hinchables, pero siempre habrá jovenzuelos rebosantes de testosterona, barbies en top-less, anduriños que salen con la fresca, niños que nos llenan de arena mientras sus padres toman cerveza en el chiringuito y… sombrilleros.
Los sombrilleros son los soldados de la playa. La avanzadilla que necesita toda familia para conquistar unos metros en primera línea. El sombrillero despierta con los primeros rayos de luz, se toma un carajillo, enfunda sus huesos en el bañador y, consciente de su importancia estratégica, abandona el apartamento cuando los demás duermen. Nada más pisar la arena, se apresura a colocar antes que sus rivales una hamaca, tres sillas plegables y dos esterillas a pie de olas. Culmina la conquista clavando la sombrilla, bajo la que esperará a la familia con mirada fiera, la gorra blanca bien calada.
Quien tiene un sombrillero tiene un tesoro. Antes, ahora y siempre.
EL SOMBRILLERO
Ya nos hemos plantado en mitad de agosto. Tiempo de vacaciones para los que pueden permitírselas, de calor intenso y siestas descomunales. De horas que se arrastran como serpientes holgazanas. Pese a la crisis, las calles de la ciudad se han ido vaciando. Las pocas tiendas que siguen abiertas aún no han quitado los carteles de las rebajas, poco lucidoras este año, según dicen. Los comerciantes vegetan tras el toldo extendido y con la puerta abierta para evitar encender el aire acondicionado, que la factura de la luz irrumpe cada mes cual personaje de Clint Eastwood: sin perdón.


Pero aún quedan valores inmunes a la crisis. Solo hay que darse una vuelta por nuestras playas para comprobar que las especies autóctonas del verano vuelven cada año con renovado vigor. Pueden cambiar las ropas, el tamaño de los bañadores y la forma de las colchonetas hinchables, pero siempre habrá jovenzuelos rebosantes de testosterona, barbies en top-less, anduriños que salen con la fresca, niños que nos llenan de arena mientras sus padres toman cerveza en el chiringuito y… sombrilleros.


Los sombrilleros son los soldados de la playa. La avanzadilla que necesita toda familia para conquistar unos metros en primera línea. El sombrillero despierta con los primeros rayos de luz, se toma un carajillo, enfunda sus huesos en el bañador y, consciente de su importancia estratégica, abandona el apartamento cuando los demás duermen. Nada más pisar la arena, se apresura a colocar antes que sus rivales una hamaca, tres sillas plegables y dos esterillas a pie de olas. Culmina la conquista clavando la sombrilla, bajo la que esperará a la familia con mirada fiera, la gorra blanca bien calada.

Quien tiene un sombrillero tiene un tesoro. Antes, ahora y siempre.

COLUMNA DEL 7 DE AGOSTO EN VERANO HERALDO



LA CANCIÓN DEL VERANO
¡Que no cunda el pánico! No voy a dedicar la columna de hoy a los chiringuitos y barbacoas de Georgie Dann, ni a las bombas de King África, aunque merecería un análisis el misterio de la fórmula que permite sacar cada verano una canción pegadiza combinando los mismos ingredientes y, además, venderla bien. Tan difícil es dar con la receta del éxito como descubrir la de la Coca Cola. Que se lo pregunten a cualquier creador…


Me refiero más bien a esas canciones que marcaron nuestros veranos y que, cuando las escuchamos por casualidad, nos hacen revivir por unos minutos la intensidad del primer amor, un beso salado aderezado con arena de la playa pegada a la espalda, aquellas noches en las que arreglábamos el mundo con los amigos en la terraza de un bar, o ese viaje tan especial cuyo mero recuerdo nos devuelve la alegría en horas bajas… Nuestra canción del verano tiene la virtud de evocar un tiempo que siempre nos parecerá mejor, porque la memoria lo ha depurado de aristas. Aunque también nos hace ser conscientes de cómo nos alcanzan los años. No es lo mismo recordar un baile “agarrao” mientras sonaba Europa de Santana en un tocadiscos y las chicas manteníamos al chico a raya clavándole los codos en el pecho, que evocar una noche en la Pachá contorsionándose al ritmo de música electrónica. Media un abismo entre aquel joven que escuchaba Lucía o Mediterráneo de Serrat en un radiocassette tamaño “king size” y el que carga su iPhone5 con los últimos éxitos de… ¿de quién? Nuestras neuronas están ocupadas por la banda sonora de nuestros propios estíos y no caben los futuros recuerdos de otros. Porque la verdadera canción del verano, la que no está cocinada con los ingredientes del éxito, siempre será personal e intransferible.

COLUMNA DEL MIÉRCOLES, 31 DE JULIO, EN VERANO HERALDO